Algo más sobre juego…
Anteriormente he mencionado el juego, con frecuencia. Es imposible no hablar de juego, cuando se habla de creatividad, de aprendizaje, de salud.
Porque el juego es el primer alfabeto de la infancia. Es un universo fantástico, que da instrumentos para explorar y operar sobre el universo real. Es un “dejar fuera” las ideas previas, para enfrentarse sin defensas al asombro. Es construir un espacio creativo, generador de cura y de salud. Es abrir las puertas, a través del niño, al creador adulto que aquel será.
En una época en que todos, incluidos los niños, jugamos cada vez menos; en que la televisión nos ofrece 8 imágenes de destrucción total, en 36 segundos (Mazinger); en que «lo que esperan de mi. Sustituye con frecuencia al “yo deseo” o “nosotros deseamos”. En épocas tales, el juego creativo no es un lujo: es una necesidad.
El juego, al articular la relación entre el “exterior” y el “interior”, sigue siendo, aun en la adultez, un estimulador de las posibilidades vitales.
El juego provee nuevas formas para explorar la realidad, y estrategias diferentes para operar sobre la misma. Crea un espacio para lo espontáneo y creativo, en un mundo donde casi todo esta reglamentado. Crea un clima para la rica expresión afectiva, en una época donde el amor y los sentimientos parecen ser una debilidad anacrónica o una utopía.
El juego crea una ficción necesaria, y al mismo tiempo esta ficción nos permite entender mejor la no-ficción. Produce un espacio donde la incertidumbre y el error son posibles y productivos; donde es factible desafiar la realidad, y ensayarle alternativas. Donde la libertad y el límite (las normas) no son irreconciliables sino complementarias. Donde las cosas pueden tener varios significados y sentidos, no solo uno. Donde las máscaras pueden ser quitadas para ganar en autenticidad, o puestas para ganar en opciones. Donde el poder y el saber se reparten, porque hay un espacio para la participación.
Por todo esto, y por otras razones cuando el aprendizaje es concebido como aventura y no como chaleco de fuerza, como acto apasionado y no como ritual aburrido, como trasgresión lucida y no como sometimiento al poder de los conocimientos, como re-creación activa y no como repetición pasiva, como exaltación de la persona y no del “hombre-máquina”, cuando el aprendizaje es concebido como todo eso, entonces el juego lejos de ser el receso o el descanso entre un aprendizaje y otro está en el centro mismo del proceso de aprender.
Mónica Sorín
Creatividad ¿Cómo, por qué, para quién?
Editorial LABOR 1992
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